Era su enésimo portazo, como le dijo en la carta. No quería respuestas, discusiones, nada. Y, por primera vez, ella tampoco. Aquello que era más fuerte que los dos, aquello que cegaba su juicio y mataba su voluntad no iba a unirlos. Ya no. Así que quizá separarse siempre fue la única salida.Quizá esta vez era la definitiva, puede que sólo una más. Para él, ella era dolor, recuerdos, remordimientos. Para ella, él era pasión, instinto, pena. Toda la pena que siempre pensó que sería capaz de soportar. Si es que el amor, antes y después, puede ser todas esas cosas. Ella sólo quería un café. Él no quería besarla. Ninguno de los dos pudo nunca controlar eso. Y siempre fueron de extremos, de la sonrisa al llanto, del enfado al desenfreno, del silencio al beso. Esta vez, también. Él dijo adiós de nuevo, con la determinación que sólo existe lejos de ella. Ella sólo dijo: Sé feliz.