Es maravillosa. Recuerdo que aún en Trier, una de las últimas semanas, el suplemento dominical del Süddeutsche Zeitung traía un reportaje sobre ella. En una de las páginas, la típica composición de fotos del personaje, de su primer plano, cambiando el gesto, cambiando el registro. Y llevaba poco maquillaje y a esa distancia la cámara no engaña si el retoque no encuentra la complicidad del editor. Y ella, Meryl Streep, estaba perfecta, mayor, madura, sabia, cómplice y serena. Recuerdo que me quedé mirando esa página un buen rato y pensé: “de mayor quiero ser así”.
Esta semana, sin programarlo, de forma casual he visto dos películas suyas. Cuando te quedas mirando la pantalla al tiempo que salen los títulos de crédito y ni tú, ni la persona que ve la película contigo habláis, es buena señal. Las dos veces me pasó. Ni Julie and Julia ni No es tan fácil son películas que vayan a quedar en el recuerdo de millones de personas que en un futuro digan cuándo las vieron o en qué grandes cosas les influyeron, pero como si estuviera todo organizado, eran las películas que esta semana tenía que ver. Sin apenas saber su argumento.
En las dos se habla de amor, es cierto, como también lo es que no son buenos tiempo para dejarse las horas en historias increíbles de encuentros fortuítos y finales felices. Pero lo que es importante es que en las dos se habla de realización personal, del perdón a uno mismo, de los retos y de que la vida, al final, es saber adaptarse a los cambios y, en ese proceso, ser capaz de encontrar equilibrio y felicidad. Muchas cosas, creo, pero bien contadas.
Y en esas dos historias está ella, sin más, llenándolo todo con esa sonrisa suya y los mil y un registros que hacen cada personaje diferente. A pesar de la edad y de los que se empeñan en hacer cine para adolescentes protagonizado por adolescentes, ella encontró hace mucho su sitio. Y que lo tenga por mucho tiempo.
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