miércoles, 31 de octubre de 2012

Calling out your name



Me gustan los besos en la nuca que acaban en la oreja... que acaban en mi boca.

martes, 30 de octubre de 2012

Ese instante



No sabía cómo, pero allí estaba... pasando su dedo por aquella grieta delante de la pared de esa cocina que apenas conocía. Despacio, examinando cada desvío, cada extraño que hacía en su recorrido. Y, sin casi darse cuenta, paró: aquello era de todo menos una línea recta. Era imperfecta, ilógica e indefinida. Pequeña, pero imposible de ignorar en una pared, en una cocina, llenas de calma. Volvió a poner su dedo encima y decidió recorrerla de nuevo. De arriba a abajo, muy despacio. Sonriendo. Aquella grieta definía esa habitación, era la huella de una vida en ella. Era como su cicatriz en el cuello, la que no intentaba tapar, aquella por la que nunca sintió vergüenza. Su cicatriz. Esa que le recordaba a diario que era más fuerte. Miró al suelo. Sus pies tocaban la pared con la punta de los dedos. A pesar del sol de enero, sintió un escalofrío. Era feliz por todas y cada una de las oportunidades, los desengaños, las decisiones, las luchas y los desvíos tomados en sus 25 años de vida, porque, en ese instante, estaba exactamente donde quería estar.

domingo, 28 de octubre de 2012

Entre ayer y hoy



"No me gustan las expresiones como "el tiempo lo cura todo". El tiempo no cura nada. El tiempo es vida y la vida lo cura todo"
Y entonces...pasó.

jueves, 11 de octubre de 2012

Fuera del cajón



Hay cosas que no tienen nombre. Nos empeñamos en clasificarlo todo, ponerle etiquetas, encasillar para tenerlo controlado. Para entenderlo. Y nos equivocamos. Hay cosas que, simplemente, no podemos llamarlas como nos gustaría, porque no son ni una ni otra. Porque incluso cambian con el tiempo, con las cosas que nos pasan y con las que no.

Entendemos la realidad, las relaciones, sólo en los cajones en los que hemos aprendido a interactuar con los demás. Familia, amigos, amor. Dolor, trabajo, desamor, conocidos. Pero se nos escapa que lo simple a veces no funciona. Que no es lo mismo un amigo que otro. Que puedes haber tenido suerte con la familia que te tocó, dentro de la que seguro encuentras miembros a los que ves un par de veces al año. Y que, sin embargo, hay personas que no se apellidan como tú, que también son tu familia; la que has elegido. Aquellos a los que llamas para contar una gran noticia o cuando no puedes más.

Nos enseñan a creer en el amor para siempre. A comparar relaciones. Personas que llegaron en distintos momentos de sus vidas a la tuya, también siempre en movimiento. Que fueron importantes porque te hicieron ser lo que eres hoy. Pero, a diferencia de lo que aprendemos, las relaciones son también algo vivo carente muchas veces de lógica, impredecibles, exigentes y, desde luego, ni vitalicias, ni comparables.

Y en esa enseñanza simplista de cajones, encontrar a alguien que se salga de los esquemas, que sea inclasificable, que se cuele donde quiera y llegue hasta ahí, es un regalo. Alguien que provoque una sensación  tan compleja que invada todos esos conceptos. Eso es brutal, porque ese placer de estar descolocado, de saber que el lugar que ocupa es único y genial, es complicado, pero es una de las mejores sensaciones que existen.