martes, 30 de octubre de 2012

Ese instante



No sabía cómo, pero allí estaba... pasando su dedo por aquella grieta delante de la pared de esa cocina que apenas conocía. Despacio, examinando cada desvío, cada extraño que hacía en su recorrido. Y, sin casi darse cuenta, paró: aquello era de todo menos una línea recta. Era imperfecta, ilógica e indefinida. Pequeña, pero imposible de ignorar en una pared, en una cocina, llenas de calma. Volvió a poner su dedo encima y decidió recorrerla de nuevo. De arriba a abajo, muy despacio. Sonriendo. Aquella grieta definía esa habitación, era la huella de una vida en ella. Era como su cicatriz en el cuello, la que no intentaba tapar, aquella por la que nunca sintió vergüenza. Su cicatriz. Esa que le recordaba a diario que era más fuerte. Miró al suelo. Sus pies tocaban la pared con la punta de los dedos. A pesar del sol de enero, sintió un escalofrío. Era feliz por todas y cada una de las oportunidades, los desengaños, las decisiones, las luchas y los desvíos tomados en sus 25 años de vida, porque, en ese instante, estaba exactamente donde quería estar.

1 comentario:

Marta dijo...

Las cicatrices solo nos recuerdan los sufrimientos que hemos superado, y no todas están en la piel.

Eres una de las personas más fuertes que conozco.

¡Y yo quiero estar donde estñes tú!